Ya en las inmediaciones del estadio puede percibirse los distintos públicos que asisten a los encuentros deportivos, cada uno de ellos con motivos diferentes. Por un lado, las familias siguen concurriendo a las canchas, a pesar de ciertos hechos violentos que caracterizan a nuestro deporte primario. Luego, también son notables los jóvenes y adultos que mantienen una asistencia perfecta, debida a la fidelidad que mantienen por sus colores. Por otra parte, es agradable el proceso de reconocimiento de públicos primerizos, ya que, o bien estallan de excitación antes de ingresar al estadio, o mantienen un comportamiento cauteloso, con la mirada fija en todos los elementos que rodean a la cancha.
Todos ellos (y ellas) disfrutan de un domingo que no se desgasta a pesar de la rutina, ni de los posibles maltratos. El ambiente, integrado por el puesto de choripán hasta la figura del delantero que convierte, es morada placentera para quienes disfrutan de un partido de fútbol como si estuviesen degustando un sabroso plato. El resultado, si bien es clave, no es lo más importante. Clara muestra de esta afirmación es la cantidad de hinchas que van a la cancha a pesar de los magros marcadores que presentan sus equipos. Lo significante es algo más simple: Es el encuentro con personas afines para disfrutar de un juego que tiene diferentes variables, tan emocionantes como sorprendentes, que no distingue clase social ni status.
Pero el juego no sólo muestra signos de socialización y bienestar. Existen dos sectores que traspasan los límites deportivos, para transformarse en un problema psico-social. Por un lado, un grupo de gente que toma el rol de líder en las tribunas ven en el fútbol su forma de existir, económica y socialmente. A través del uso de contactos y mano de obra virulenta consiguen ambos propósitos; lucrar y ser los leones de una selva altamente poblada.
A pesar de que los llamados “barrabravas” pueden ser la parte más denigrante del fútbol, existe otro sector aún más preocupante. De los barras, todos emiten su juicio negativo hacia ellos, debido a su clara comparación, en su actuar, con cualquier delincuente. Pero si hay un público que permanece impune de toda crítica es aquel que entiende al fenómeno del fútbol de manera fundamentalista.
El fenómeno del fútbol se torna peligroso cuando se transforma en un juego dogmático, con reglas terminales y agresivas. Artículos que prohíben todo tipo de moderación entre lo que es ganar y perder. Normas que deterioran todo tipo de solidaridad con el adversario. Estas disposiciones cobran mayor vigor cuando se le suma el estado mental del espectador fundamentalista. Cuando empiezan a jugar sus frustraciones que intentan ser expresadas en un estadio, llegando al límite de pensar que tienen derecho a gritarle “ladrón” a un jugador.
Frazer Bond, en su segmentación del público lector, dividió a un sector que los caracterizó por poseer profundos intereses en los deportes, debido a sus propias frustraciones motoras. En muchas ocasiones también esta actitud desmedida de colocar a un partido de fútbol como un hecho de amor u odio guarda relación con las penurias que este espectador vive a diario, en su vida cotidiana. Todas esas cargas negativas las reprime durante la semana, hasta que llegado el domingo puede descargarla frente a un jugador, referí periodista u otro hincha (no necesariamente contrario). “Ellos pagan su entrada, tienen derecho”, se le escucha decir en diversas oportunidades a los jugadores de fútbol, quienes aceptan esta degradación del deporte y sus participantes.
1 comentario:
Muy buena nota Miguel (Si!! al fin pude comentar!!)
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