lunes, septiembre 15

Una guerra de película

Muchas veces, el mejor dato para esclarecer un tema se lo obtiene de parte de alguien que está inmerso en la situación. Ben Stiller pareciera ser el integrante de un grupo que necesita reírse del conjunto, para así reducir su pena. Esta introducción es exagerada, pero hace alusión al extraño hecho en el cual se encuentra B.Stiller: Un actor (y director) estupendo que parodia a la parafernalia holywoodense desde adentro del sistema. Las películas de B.S no son una burla independiente y despegada de las gigantes productoras. La aclaración es el motivo por el cual después de ver “Una guerra de película” uno se queda pensando si el filme es realmente irónico o si bien Stiller se ríe de Holywood con el fin de seguir construyendo la maquinaria. El contenido de la obra es realmente muy gracioso. Un director que se encuentra filmando la película de guerra más costosa de toda la historia se haya en un apriete: La productora le notifica que no continuará sustentando el proyecto. Entonces, el director decide continuar con el filme y se lleva a los actores a una selva en Vietnam. Allí, coinciden con un grupo extremista real y surgen los conflictos armados que juegan entre la ficción y la realidad. Robert Downey Jr. interpreta un papel memorable por la gracia desarrollada. Es un actor blanco que para el filme se somete a un proceso de pigmentación facial para convertirse en negro. Pero su profesionalismo no concluye allí, ya que durante toda la obra no puede quitarse de encima el estereotipo de “soldado-negro”. “Hasta que no hagan el dvd no me salgo del personaje”, afirma en un momento Robert Downey Jr. Ben Stiller juega de manera audaz con las variantes temporales, ya sea del filme, de la película rodada o de la noción de los actores. Todos los clishés y las artificialidades norteamericanas son puestas al servicio de la burla en “Una guerra de película”. Desde explosiones gigantescas, intestinos manoseados por doquier, escenas heroicas en cámara lenta, momentos dramáticos sobre-actuados, etc.…Lo épico, lo heroico, lo imposible, todo funciona para reirse del modelo exitosos propio de las enormes industrias cinematográficas. El retrato es bastante acertado. No se trata del reflejo de Holywood, sino una mirada a la imagen que reciben las grandes productoras cuando se ven en el espejo narcisista. A diferencia de su otra burla ("Zoolander"), Ben Stiller logra que “Una guerra de película” no se vea superada por una historia paralela y superflua. En "Zoolander", su mirada jocosa sobre el mundo del modelaje se perdía a cada rato dentro de una trama que pretendía tener cierto formalismo. En esta ocasión, si bien ocurren numerosas ocasiones similares, estas falencias no terminan por desviar el foco crítico.

Sólo queda el sabor agridulce de estimar a Ben Stiller al mismo tiempo que dudar sobre sus propósitos. Puede que: la broma consista en dejar al desnudo a las ridículas películas (mercancías) de Holywood; Puede ser simplemente una forma más de facturar para las grandes empresas; O quizás sea un mea culpa de B.S que, al mismo tiempo que es parte activa del mundo-Holywood, la denosta, detallando los métodos descartables y grandilocuentes que rigen en los cánones del cine comercial. Si la tercera situación es la más cercana a la realidad, se puede ser benévolo con el muchacho nacido en New York.

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