lunes, abril 6

Wendy & Lucy

Luego de ver la película y salir a fumar un cigarrillo, mi novia me dice: “Pensé que iba a ser una tonta historia de un perro y una chica, cuando me leíste la sinopsis”. Cometí varios fallos (esperables) en la elección de películas, pero sabía que Kelly Reichardt no iba a construir un relato naif con un perro de por medio. A diferencia de varios filmes en los cuales los animalitos están para provocar la risa fácil de ciertos espectadores, Reichardt tiene a una perra (Lucy) como un elemento disparador para las sensaciones de una chica (Wendy) con muchas adversidades.

Conocemos poco de Wendy. Y, en cierto punto, está bien que así sea, y nos quedemos simplemente con la figura de una joven que vive sin domicilio y sin contacto con gente conocida. Sólo tiene a su mascota. Hasta que ocurre una eventualidad y la separación es tan real como su búsqueda desesperada. La serie de problemas no para y el exterior no ayuda mucho.

Como sostuve antes, la inclusión de una mascota en “Wendy & Lucy” no es para ganarse al espectador que emite un “ahhhh” ante la aparición de un bichito, sino que es funcional para agigantar la soledad de Lucy, quien no sólo se aferra a su perra por amor, sino por que, además, está sola en el mundo. Pero esta condición no la hace egoísta a Lucy y esto queda claro en los conmovedores minutos finales del filme.

La directora estadounidense logra una situación extraña y admirable. Con una historia chica, simple y corta consigue que a uno le quede la sensación de haber visto una muy buena película. Quizás sea la naturalidad de sus personajes y relatos lo que provoca tal reacción. No hay simbolismos a descifrar ni finales que aten cabos sueltos. Al igual que “Old Joy”, Kelly Reichardt hace de la simpleza una obra hermosa y enternecedora.

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