lunes, septiembre 29

El Fútbol y sus masas concentradas

El fútbol es quizás la manifestación social por excelencia, en la cual ciertas maneras de ser se expresan directamente, sin filtros ni inhibiciones. Si bien una generalizacn podría llevar a cualquier precepto a un error, sí puede sostenerse que en su gran mayoría, el fútbol engloba a diferentes ciudadanos argentinos, todos bajo una misma gama de reacciones

Ya en las inmediaciones del estadio puede percibirse los distintos públicos que asisten a los encuentros deportivos, cada uno de ellos con motivos diferentes. Por un lado, las familias siguen concurriendo a las canchas, a pesar de ciertos hechos violentos que caracterizan a nuestro deporte primario. Luego, también son notables los jóvenes y adultos que mantienen una asistencia perfecta, debida a la fidelidad que mantienen por sus colores. Por otra parte, es agradable el proceso de reconocimiento de públicos primerizos, ya que, o bien estallan de excitación antes de ingresar al estadio, o mantienen un comportamiento cauteloso, con la mirada fija en todos los elementos que rodean a la cancha.

Todos ellos (y ellas) disfrutan de un domingo que no se desgasta a pesar de la rutina, ni de los posibles maltratos. El ambiente, integrado por el puesto de choripán hasta la figura del delantero que convierte, es morada placentera para quienes disfrutan de un partido de fútbol como si estuviesen degustando un sabroso plato. El resultado, si bien es clave, no es lo más importante. Clara muestra de esta afirmación es la cantidad de hinchas que van a la cancha a pesar de los magros marcadores que presentan sus equipos. Lo significante es algo más simple: Es el encuentro con personas afines para disfrutar de un juego que tiene diferentes variables, tan emocionantes como sorprendentes, que no distingue clase social ni status.

Pero el juego no sólo muestra signos de socialización y bienestar. Existen dos sectores que traspasan los límites deportivos, para transformarse en un problema psico-social. Por un lado, un grupo de gente que toma el rol de líder en las tribunas ven en el fútbol su forma de existir, económica y socialmente. A través del uso de contactos y mano de obra virulenta consiguen ambos propósitos; lucrar y ser los leones de una selva altamente poblada.

A pesar de que los llamados “barrabravas” pueden ser la parte más denigrante del fútbol, existe otro sector aún más preocupante. De los barras, todos emiten su juicio negativo hacia ellos, debido a su clara comparación, en su actuar, con cualquier delincuente. Pero si hay un público que permanece impune de toda crítica es aquel que entiende al fenómeno del fútbol de manera fundamentalista. La vorágine del deporte y su consecuente irracionalidad extrema tienen un fin; y es materialista. Los medios de comunicación tienden hace años a presentar encuentros decisivos como un suceso que marcará la vida de cualquier aficionado. Palabras como “éxito”, “fracaso”, “perdedor” o “de todos los tiempos” son recurrentes en boca de periodistas deportivos que alimentan a un monstruo que, claro está, ellos no crearon, pero sí criaron.

El fenómeno del fútbol se torna peligroso cuando se transforma en un juego dogmático, con reglas terminales y agresivas. Artículos que prohíben todo tipo de moderación entre lo que es ganar y perder. Normas que deterioran todo tipo de solidaridad con el adversario. Estas disposiciones cobran mayor vigor cuando se le suma el estado mental del espectador fundamentalista. Cuando empiezan a jugar sus frustraciones que intentan ser expresadas en un estadio, llegando al límite de pensar que tienen derecho a gritarle “ladrón” a un jugador.

Frazer Bond, en su segmentación del público lector, dividió a un sector que los caracterizó por poseer profundos intereses en los deportes, debido a sus propias frustraciones motoras. En muchas ocasiones también esta actitud desmedida de colocar a un partido de fútbol como un hecho de amor u odio guarda relación con las penurias que este espectador vive a diario, en su vida cotidiana. Todas esas cargas negativas las reprime durante la semana, hasta que llegado el domingo puede descargarla frente a un jugador, referí periodista u otro hincha (no necesariamente contrario). “Ellos pagan su entrada, tienen derecho”, se le escucha decir en diversas oportunidades a los jugadores de fútbol, quienes aceptan esta degradación del deporte y sus participantes. A pesar de todas estas realidades que pueden observarse en un campo de juego y sus alrededores, el verdadero dilema se plantea cuando estos hechos cruzan el ámbito de la disciplina, para inmiscuirse en otros temas más significantes. Votantes que eligen a su mandatario por tener alguna relación con sus equipos de fútbol, sucesos deportivos que tapan problemáticas políticos-sociales, valores que comienzan a degradarse en muchos ámbitos y se potencian en una cancha. Y lo más terrible: el silencio que alienta al show con su clásica frase titulada: “debe continuar”

lunes, septiembre 22

Vetiver: "Things of the past"

Vetiver es el proyecto de Andy Cabic. Su aparición tuvo lugar en el 2004 junto a la nueva ola de artistas "free-folk", como Devendra Banhart, Coco Rosie, Akron Family, entre otros. Si bien la bucólica psicodelia era parte integral del primer disco de Vetiver, el grupo estadounidense parecía desprenderse de las pretensiones surrealistas que caracterizaban a varios de los conjuntos antes mencionados. En su lugar, Cabic centraba sus melodías en el llano, con piezas nuevas que remitían al clásico folclore norteamericano. "To find me gone" (2006) fue el nombre de la segunda placa, en la cual Vetiver sembró sus cultivos musicales de manera hipnótica, gracias a una producción orientada a la construcción de "ruidos blancos" envolventes y místicos, principalmente en los primeros tracks. Pese a esta pequeña variación, no se encontraba un gran cambio en las composiciones. Pasaron dos años y si al conjunto le faltaba reafirmar sus raíces country-folk, lo logra con su nueva producción titulada "Things of the past", un álbum de covers en el cual Cabic reinterpreta diversas canciones de conjuntos que lo influenciaron. El mismo artista explica el porqué de "Thing of the past": "En este disco se mezclan canciones que tocábamos en los conciertos y otras que me encantaban y de las que creí que seríamos capaces de ofrecer una decente interpretación. Quería, en definitiva, compartir canciones que me gustaban a mi, y a mi círculo de amigos e interpretarlas apreciando sus mejores cualidades. Este es el motivo por el cual éstas han sido canciones sobre las que he vuelto continuamente, en búsqueda de inspiración." Hawkwind, Ian Matthew y Michael Hurley son algunos de los homenajeados. El fruto de esta aventura es una obra cálida, poblada de sonidos acústicos. De esta forma, "Thing of the past" se convierte en un espejo rural para quienes habitan en las grandes urbes. "Roll on babe", "Sleep a million years" y "To baby" reflejan el estado anteriormente descripto, con melodías cansinas y ensoñadoras. "Hook & ladder" y "The Swimming song" proponen un ambiente festivo que bien podría ser el soundtrack de alguna celebración pueblerina. Quizás, los temas que consiguen el mayor grado de emotividad sean "Lon Chaney" y "Hurry on sundown". En el primer caso, prima la melancolía de Cabic, acompañada por un piano que derrocha belleza con sutiles arreglos.

"Hurry on sundown" no sólo es un gran tema por sí mismo, sino que también se significa por ser la canción que le sigue al lamento de "Lon Chaney". Un contrapuesto adecuado para levantar algún ánimo caído. "I must be in a good place now" cierra la obra, y ese "lugar mejor" en el cual se "debe estar" puede ser el disco de Vetiver. No es un golpe al autoestima del cantante afirmar que este disco de covers sea su trabajo más logrado. Cabic lo entiende de la misma forma al afirmar: "Es el mejor disco que he hecho hasta el momento porque, lógicamente las canciones son muy buenas, pero también porque al no haberlas escrito yo, nos han ofrecido una mezcla de respeto y libertad para interpretarlas, sacando lo mejor de mi y el resto de los músicos. Era una especie de experimento y la verdad es que ha sido una de las mejores experiencias que he tenido grabando". Las palabras del cantautor se reflejan al escuchar "Things of the past", una relectura de viejas piezas que Cabic no sólo les sacó el polvo sino que también las ha dejado resplandeciente y actualizadas.

lunes, septiembre 15

Una guerra de película

Muchas veces, el mejor dato para esclarecer un tema se lo obtiene de parte de alguien que está inmerso en la situación. Ben Stiller pareciera ser el integrante de un grupo que necesita reírse del conjunto, para así reducir su pena. Esta introducción es exagerada, pero hace alusión al extraño hecho en el cual se encuentra B.Stiller: Un actor (y director) estupendo que parodia a la parafernalia holywoodense desde adentro del sistema. Las películas de B.S no son una burla independiente y despegada de las gigantes productoras. La aclaración es el motivo por el cual después de ver “Una guerra de película” uno se queda pensando si el filme es realmente irónico o si bien Stiller se ríe de Holywood con el fin de seguir construyendo la maquinaria. El contenido de la obra es realmente muy gracioso. Un director que se encuentra filmando la película de guerra más costosa de toda la historia se haya en un apriete: La productora le notifica que no continuará sustentando el proyecto. Entonces, el director decide continuar con el filme y se lleva a los actores a una selva en Vietnam. Allí, coinciden con un grupo extremista real y surgen los conflictos armados que juegan entre la ficción y la realidad. Robert Downey Jr. interpreta un papel memorable por la gracia desarrollada. Es un actor blanco que para el filme se somete a un proceso de pigmentación facial para convertirse en negro. Pero su profesionalismo no concluye allí, ya que durante toda la obra no puede quitarse de encima el estereotipo de “soldado-negro”. “Hasta que no hagan el dvd no me salgo del personaje”, afirma en un momento Robert Downey Jr. Ben Stiller juega de manera audaz con las variantes temporales, ya sea del filme, de la película rodada o de la noción de los actores. Todos los clishés y las artificialidades norteamericanas son puestas al servicio de la burla en “Una guerra de película”. Desde explosiones gigantescas, intestinos manoseados por doquier, escenas heroicas en cámara lenta, momentos dramáticos sobre-actuados, etc.…Lo épico, lo heroico, lo imposible, todo funciona para reirse del modelo exitosos propio de las enormes industrias cinematográficas. El retrato es bastante acertado. No se trata del reflejo de Holywood, sino una mirada a la imagen que reciben las grandes productoras cuando se ven en el espejo narcisista. A diferencia de su otra burla ("Zoolander"), Ben Stiller logra que “Una guerra de película” no se vea superada por una historia paralela y superflua. En "Zoolander", su mirada jocosa sobre el mundo del modelaje se perdía a cada rato dentro de una trama que pretendía tener cierto formalismo. En esta ocasión, si bien ocurren numerosas ocasiones similares, estas falencias no terminan por desviar el foco crítico.

Sólo queda el sabor agridulce de estimar a Ben Stiller al mismo tiempo que dudar sobre sus propósitos. Puede que: la broma consista en dejar al desnudo a las ridículas películas (mercancías) de Holywood; Puede ser simplemente una forma más de facturar para las grandes empresas; O quizás sea un mea culpa de B.S que, al mismo tiempo que es parte activa del mundo-Holywood, la denosta, detallando los métodos descartables y grandilocuentes que rigen en los cánones del cine comercial. Si la tercera situación es la más cercana a la realidad, se puede ser benévolo con el muchacho nacido en New York.

lunes, septiembre 8

Un novio para mi mujer

Existe un cine nacional que tiene las cosas en claro, su objetivo bien nítido, su mensaje pre-establecido y, principalmente, su tipo de público. Es un cine que se muestra seguro de ser quien es y, en términos económicos, tiene todos los cabos atados para lograr ganancias importantes. Apelan a distintas expresiones comunes de una sociedad para crear así una identificación clara y regocijante con sus espectadores. Éstos, no asisten a las salas en busca de historias ajenas a ellos, sino que invaden los complejos comerciales buscando similitudes que los haga sentirse parte del filme. En otras palabras, persiguen la cotidianeidad. Todo lo narrado anteriormente no es negativo por sí mismo. Una obra maestra “nacional y popular” fue “Esperando la carroza”, comedia en la cual las referencias hacia un espectador promedio son innumerables, así como eternamente graciosas. El problema se asoma (y permanece) cuando, por un lado, las actuaciones son paupérrimas, y por otra parte, los guiones parecieran ser escritos por un espectador de la primera fila. En esta falla cae “Un novio para mi mujer”, película interpretada por Adrián Suar, Valeria Bertuchelli y Daniel Goity como principales protagonistas. Lo de Suar es un caso grave para el cine (y TV). Ha intentado utilizar sus pocas dotes artísticas para llevar a cabo un personaje tímido, con enredos expresivos y algo obsesivo en sus formas. Muchas veces, un actor amateur soluciona ciertas dificultades con la espontaneidad e improvisación. A Suar se le torna imposible expresar alguna de estas dos maneras. Su artificialidad es tan grosera que son pocos los momentos amenos del filme en los que está en foco. Para peor, ya con su plasticidad en las espaldas, intenta crear un personaje superfluo. Lo que provoca es una vergüenza ajena no sólo hacia el director de programación de Canal 13, sino también a los concurrentes que estallan en risas entre el pochoclo que mastican y los celulares que les suena. Un novio para mi mujer” posee una historia sencilla. "Tierno" (Suar) no se anima a dejar a su mujer, nombrada como “La Tana” (Valeria Bertucceli) y decide recurrir a un especialista: Un casanova llamado “El cuervo” (Gabriel Goity), quién tiene gran historial conquistando mujeres casadas. Como punto de partida, la película dirigida por Juan Taratuto pareciera tener en sus manos una trama entretenida. Lo confirma la actuación desbordante de Valeria Bertucceli, quién a fuerza de puteadas y una sobre dosis de frases y gestos naturales y pesimistas, deja en claro lo esencial que es su participación en la película. Durante una hora y media, “La Tana” marcará el territorio del filme, a pesar de que en algunas ocasiones sus modos de actuar empiecen a ser ofrecidos en demasía. Bertuccelli se aprovecha, involuntariamente, del gran déficit de sus pares, y brilla no sólo por sí misma, sino por la gran oscuridad aledaña tanto de Suar como de un estereotipado Gabriel Goiyti.

Como se había sostenido anteriormente, el puntapié inicial de “Un novio…” no es negativo. Pero, desafortunadamente, el interés concluye en su comienzo, ya que una vez planteada la situación, pocas sorpresas nos dará la “obra”. Los gags made in Francella (los cuales se vuelven más graciosos con el azúcar pochoclero), escenas “cómicas” que remiten al peor cine nacional (el de los 70´) con sus clásicos tropiezos, caídas, etc.…, el masticable arrepentimiento de parte del marido por lo que ha hecho y un final feliz para que la muchedumbre congele sus cerebros y sonrían, son parte integral de “Un novio para mi mujer”. Por otra parte, no está de más ser recurrente y recalcar que es asombroso como Bertucceli se abstrae de la decadencia del filme, y puede construir (ella sola) un personaje que no sólo tiene las líneas cómicas, sino que también puede conmover con algunas frases que acarician un corazón desolado. El final fue un estallido de aplausos. La “obra” había gustado. También gustó mucho el hecho de que un sábado por la noche haya una promoción cinéfila de 2 X 1. Los pochoclos tenían un sabor especial: el del olvido.

lunes, septiembre 1

Un juicio no alcanza

El juicio que buscará los responsables de la tragedia en Cromañón ha comenzado. Se vislumbran días de dolor, nerviosismos y diversas evasiones de parte de quiénes son acusados. Callejeros, Omar Chabán y sus allegados en materia de seguridad serán puestos a prueba frente al banquillo por sus presuntas negligencias. A pesar de que sea un acto de justicia indagar a los sospechosos anteriormente citados, el peor de los presagios post-Cromañón pareciera cumplirse. La falta de una autocrítica que comprenda las culpas individuales para así evitar otra tragedia de tal magnitud no parece tener lugar. Las culpas del Estado (materializadas en sus inspectores y policías, acusados de recibir coimas) y de las personas aledañas a Cromañón (Callejeros, Chabán y su mano derecha Raúl Villarreal) son perceptibles. La justicia deberá medir el grado de yerro de cada uno. Pero lo que el magistrado no podrá hacer es originar un proceso de auto conciencia que intente comprender cómo fue posible que miles de personas no tuvieran en cuenta el peligro latente en el cual estaban inmersos. Cómo podía entrar en la mente de varios jóvenes que los proyectiles no eran una amenaza en un lugar cerrado.

Cómo se llegaba a utilizar un baño como guardería improvisada. Todas estas preguntas podrían ser formuladas tanto a los chicos que asistieron al recital, como a sus padres. Estas oraciones son muy delicadas. Está más que sabido que el dolor eterno que llevarán familiares y sobrevivientes es inimaginable. Por esa razón, todo debate que ronde por referidas latitudes está olvidado. En el marco jurídico, el culpable directo de la tragedia falleció o se esconde en un anonimato indignante. Por su parte, en los medios, el miedo a tocar un tema sensible deja de lado toda reflexión sobre las responsabilidades de parte de quiénes sufrieron el siniestro. Para abordar la tragedia desde todos los sentidos y, principalmente, para evitar toda situación similar en futuros años, es necesario hilar fino, entender los sentimientos de dolor y plantear las fallas en: los modos de educación, los valores enseñados y en cómo el Estado atenta contra la formación de un chico para que, una vez ya crecido, carezca de todo sentido común. Además de penalizar a los responsables físicos, si no hay un reflexión mental que presente las consecuencias de una educación frágil y autodestructiva, poco servirá este juicio oral que ha comenzado.