sábado, agosto 27

Indie: Ser o no ser

Breve Reflexión sobre el adjetivo “Independiente”.

Aclaración: El siguiente post no alude en ningún sentido a lo que se denomina como “buen” o “mal” gusto cultural.

Existen ciertas adjetivaciones que su utilización es proporcional a su falta de sentido al aplicarlas. Independiente o “indie” [en su abreviación anglosajona] quizás sea el adjetivo más utilizado en conversaciones, críticas, análisis de obras artísticas. El uso excesivo del término va de la mano con una especie de “vacio conceptual” que gira en torno a él. O peor aún, la mayoría de los que proferimos tal adjetivo, a veces, damos por sentado que todos compartimos el mismo sentido.

Aún no tengo la certeza sobre si este significante debería ser reemplazado por otro o no. Pero sí resulta necesario [para poder debatir sobre obras artísticas] aclarar bajo qué posibilidades puede ser desarrollada la frase “cine independiente”, “rock independiente”, etc.…

La definición de la Real Academia Española, en su primera acepción, dice:

Independiente: “Que no tiene dependencia, que no depende de otro”. Para acentuar lo rígido del término, una segunda acepción remarca: “Dicho de una persona: Que sostiene sus derechos u opiniones sin admitir intervención ajena”.

Es bastante claro que esta definición general no puede ser aplicada en ningún ámbito social. Ni en nadie. El ser humano depende de sus propios pares y de la naturaleza en la cual se desarrolla. Y si existiese alguien que “no admita intervención ajena” en sus quehaceres, este ser no sería lo que consideramos como humano.

Una vez aclarada la definición más global, me gustaría pensar sobre las especificidades y sobre los distintos niveles [en los ámbitos artísticos] del término independiente. Para tal análisis, es necesario “doblar” [pero no romper] la acepción original. Podemos pensar en dos tipos de independencia: La económica y la creativa.

Por el lado económico el asunto es, en apariencia, bastante sencillo. Quien tenga un soporte externo que financie la actividad cultural llevada a cabo, no se lo podría caracterizar como independiente. De todas formas, quien auto-gestione sus quehaceres culturales sólo podría ser considerado como un artista independiente si flexibilizamos el término de la RAE, ya que, en último instancia, éste dependerá del progreso o no de su propia fuente de financiación.

El aspecto más controversial es el que refiere a la independencia creativa. Es complejo y difícil de abordar ya que los elementos necesarios para configurar una postura sólida no están al alcance de la mano y el riesgo de emitir ideas sin fundamentos es muy grande.

Una vez más debemos ablandar el concepto de independencia, ya que si consideramos como condición humana la interacción con los otros, es imposible pensar en un inventor que no “admita ningún tipo de injerencia” en la producción de su obra. Por ende, podríamos entender a la independencia creativa como un proceso por el cual el creador no es obligado [por motivos económicos y/o estéticos] a aceptar decisiones estilísticas que van en contra de su voluntad. Para ser más claro: Quien afronte situaciones en las cuales la realización de la obra dependa de aceptar imposiciones tiene dos caminos: Puede luchar o aceptar el condicionamiento. Luchando puede obtener un triunfo [edición de su empresa tal como el artista desea] o ser censurado [en este caso si se trata de alguien “reconocido” puede obtener cierta repercusión favorable. En caso de que no lo sea, probablemente el efecto de la censura sea más nocivo].

El gran escollo para determinar qué creación fue concebida con o sin independencia artística es la falta de conocimientos inherentes al desarrollo de la producción. Nosotros, los espectadores, no estamos al tanto, generalmente, sobre la forma en la cual se lleva a cabo una determinado producto cultural. Desconocemos, en la mayoría de los casos, si un artista sufrió presiones al trabajar y, en contra de su voluntad, tuvo que modificar su producto.

Dada esta limitación, muchas veces uno simplifica. Si un autor tiene o consigue repercusión mediática es considerado como “comercial” o “vendido” en el peor de los casos. O sea, que se rige bajo los patrones del mercado. Esta idea, sin llegar a ser una certeza, puede acercarse a la realidad en algunos ejemplos.

No es necesario participar de una reunión ejecutiva de Disney para inferir, válidamente, que al pensar en nuevos proyectos musicales, cinematográficos, literarios, etc.… estos empresarios van a direccionar sus intenciones hacia lo que imaginan que multiplicarán sus inversiones. Esto no significa que en la llamada industria cultural no haya procesos de creación como lo hay en una banda del conurbano que recién comienza a ensayar. Ni tampoco que el condicionamiento estético sea una facultad propia de quienes hermanan cultura con ganancia. Muy probablemente, una banda heavy metal [que toca simplemente porque les gusta hacerlo] deseche a un integrante que quiera aportar sonidos provenientes de la cumbia, así como los productores de un reality teen van a repulsar a un guitarrista de influencias shoegaze. Tanto el impedimento económico como la discriminación estética estrechan sus elecciones culturales y su desarrollo creativo.

Por lo tanto, la diferencia entre ambos modelos no radica en si la producción es llevada, de manera absoluta, por “amor al arte” o “por amor al dinero”. La contraposición estaría plasmada en el combustible que impulsa y sostiene tal actividad. Quienes sitúen en un nivel primario sus convicciones y gustos, deberán sostener una batalla diaria y constante, en el camino hacia el reconocimiento. Paralelamente, quienes ubiquen al factor económico como guía tendrán obstáculos diferentes pero de similar intensidad [ya sea en el sendero hacia la fama o en el mantenimiento de la misma]. Incluso, pueden existir dos grandes [y serios] riesgos: Caer desde muy alto [la lógica del sistema incita a este tipo de “recambios” culturales] o, peor aún, tomar conciencia, tardíamente, de que se es un “títere”.

Ya lo he mencionado, pero me gustaría volver a sostener que si bien la mayor parte de nuestros actos no se nutren únicamente de un solo elemento, sino que se alimentan de aspectos ideológicos y económicos, hay un límite inconmensurable entre ambos. Y es aquí donde aparece la ética, que se desarrollará, de manera diversa, cuando algunas de nuestras creencias y elecciones son rechazadas con argumentos mercantilistas. Cuando sucede esto, es porque estamos ante una situación central en el cual la palabra independiente tiene tantas posibilidades de aumentar como de reducir su fuente.

Para finalizar, tengo en mente un razonamiento que oscurece aún más la difícil tarea de separar las aguas entre obras consideradas como mercancías y otras como culturales. Si uno parte de la premisa de que los medios de comunicación reproducen, mayoritariamente, creaciones que pasaron la prueba de “rentabilidad”, ¿Hasta qué punto nuestros gustos no son esclavos de esa reducción económica? ¿Cuán mayor es nuestra grado de independencia en relación con aquella industria cultural que bajo sus lógicas de mercado nos influye día a día? ¿Cuán real será mi postura de rechazo a la industria cultural [y por ende mi afiliación al grupo que se consideran creativamente “independiente”] si lo que estoy creando está influenciado por lo que el sistema dejó fluir?