lunes, octubre 6

()

Pequeña interpretación de una imagen, a la cual se le agregó texto y, para darle un toque final, sonido. Se aconseja mirar fijamente la imagen (es una foto tomada de una revista, por eso no se ve bien). Luego leer el texto y, por último, escuchar el tema. Una vez cumplido estos pasos, pueden decir: "Que estupidez". Ja!
()

En un frío y desolado lugar. Lejos de toda manifestación social, un cielo ofrece premoniciones sombrías y pocas agradables para un ser humano. Allí, debajo de las amenazantes nubes, sobre un terreno alfombrado de nieve, un hombre mayor pasa sus últimos días. Ha elegido esta gélida morada, porque quería comprobar si existía un lugar más helado que su corazón. Al mismo tiempo se ríe de tal pensamiento, tan dramático, que roza la cursilería. Su nombre es Julián. Aún no ha decidido la manera en la cual dejará de ser. Tiene en vista un árbol que le causa una sonrisa a su indiferente rostro, debido a la extraña inclinación que la planta posee. Atar una soga en el extremo de una de las ramas podría significar un esfuerzo importante, pero no sería imposible. Luego, simplemente habría que tomar coraje (el último) y quedar a merced de la resistencia, tanto de la cuerda como de las extremidades del árbol. Por otra parte, este hombre de unos 50 años, tiene una empatía común con el mar. Y, a pesar que cabe la posibilidad que el agua esté congelada (condición que perjudica a la realización “pacífica” del objetivo), imagina que avanzar lentamente por la pequeña pasarela que une la tierra con el agua, sería un final digno y menos trágico. Una vez llegado al límite del corredor, podría pensar un último pensamiento, ya sea casual o voluntario. Tendría tiempo de contemplar, por última vez, un bello paisaje que, a pesar de ser testigo y partícipe de tal acción, no perdería jamás la condición de ser la última representación percibida por un ser humano a punto de terminar con su legítima vida. El dictamen le pareció tan nítido como la blanca nieve que cubría sus zapatos. Una vez que terminó con este dilema sobre las formas, una nueva sensación empezó a rodearlo. Hasta ahora, se había “divertido” con sus juegos mentales, con las fundamentaciones válidas y erróneas para elegir tal cosa, tal otra, había perdido el tiempo ocupado en la burocratización del suicidio. Pero ahora ya estaba todo dado. Había llegado a la anteúltima parte de un proceso comenzado ya hacía un mes, con cronogramas de viajes, mentiras esquematizadas a sus seres queridos (“La vida de un empresario expansionista es así. De viaje en viaje”), despedidas que intentaban no revelar su carácter eterno y otras vicisitudes menores. Pero ahora, que no había ningún obstáculo para terminar con su angustiosa existencia, Julián permanecía rígido. No podía avanzar hacia la diminuta pasarela que le conduciría hacia su tan pensado destino. Se encontraba tan firme en el suelo como lo estaban las montañas que podía divisar a varios kilómetros delante. “La fe mueve montañas”, recordó con una esforzada mueca de gracia. Pero él no era creyente, y tampoco tenía la intención de convertirse en uno, justo ahora, cuando lo que necesitaba era simplemente un movimiento inerte, vacío de toda espiritualidad que lo llevara hacia el mar, y así, marcar el punto final a una historia, que según él, poca lógica tenía. Escasas personas podrían mostrarse interesadas en su devenir, y dentro de los seducidos, sólo una mínima parte gustará de su trajín sino finaliza con una secuencia mortal. No obstante, “quizás pueda servirle a una banda de rock para componer temas melancólicos, y, de esta forma, atraer a miles de jóvenes desesperanzados”, pensaba Julián sobre su acontecimiento. Con sus cinco décadas encima, este último parecer no lo conformó. Menos aún le pareció ameno el pensar que quizás dentro de un tiempo (lejano o no) otra persona podría estar en el mismo lugar donde él se encontraba, haciéndose las mismas preguntas, solucionando los mismo problemas, dudando al final, como él lo estaba haciendo. “Si así ocurre, espero no saberlo”, se dijo así mismo, contentándose un poco. Fue en ese preciso instante, que gracias a ese pequeño lapso de buen humor, el profesional recordó porqué había llegado a tomar tal determinación. Porqué había desembarcado en un ambiente tan inhóspito, pero a la vez digno de ser contemplado. No era para ayudar al éxito de una banda de post-rock, tampoco para influenciar a un falso cronista en su intento de escribir un texto original, sino que su destino en aquel desolado horizonte tenía como fin la posibilidad de realizar una analogía entre las cualidades de mencionado horizonte y su corazón. El señor volvió a sonreír, pero esta vez no sólo por su certeza de haber encontrado el empuje hacia la redención, sino que también por haber asimilado, al mismo tiempo que sonreía, que era el último gesto placentero ofrecido. Como si hubiese necesitado de un empuje más, una idea esclarecedora se le apareció repentinamente. La sentencia ya había sido resuelta. Hacía más de unas horas que él había dejado de existir como parte intrínseca de la sociedad. Todo lo que estuvo haciendo (decidir sobre los medios, pensar en los porqués, hacer comparaciones con el imponente paisaje que lo rodeaba, etc.…) se trataba lisa y llanamente de un saludo final ¿A quién? Poco importa. Lo cierto es que las acciones que el veterano había realizado durante 30 minutos no existían. Nadie las atestiguaba más que su propia persona. Por ende: No tenían lugar ni espacio. Ya más calmo. El hombre mayor traspasó, con seguridad, la tierra emblanquecida que circundaba al árbol de ignorada edad. Sintió las ganas de saludar al árbol, ya que, siguiendo el concepto anterior, una vez que él dejara de existir, la planta también lo haría. Llegó al corredor y sin detenerse ante vagas ideas, siguió dando pasos frontales. Le pareció curioso que las barandas de la pasarela sean tan bajas. Como si se esperara que fuese un niño quién debería realizar esta caminata. “Que lo interpreten los futuros concurrentes”, exclamó al aire el empresario, ya decidido a entrar en la última etapa de su prolongado viaje. Y así fue. Por un instante su mente descansó y su cuerpo perdió la rigurosidad con la cual lo soportaba. Julián se había equivocado felizmente. Su último esbozo de sonrisa no la tuvo minutos antes de descender en las aguas glaciales, sino que tuvo lugar ya en las profundidades del mar. Cuando entendió que había hecho lo correcto, el hombre sintió una leve sensación de felicidad.

No hay comentarios.: