martes, marzo 24

El día que odié los alrededores del cine Atlas Santa Fe

Dos post en el mismo día, ya que es el momento de publicar el siguiente relato. En pocas horas comienza el BAFICI y la idea es escribir todos los días.

No me gustan los estereotipos. No me parecen adecuados para encarar una descripción de alguien o algo. Pero creo haber caído en ellos. Y con una razón relativamente acertada. Las circunferencias del cine Atlas son detestables. Su gente, sus políticas hipócritas del “No alcohol” y, como alguna vez dijo Luca Prodan, su acento finito encrespan el alma. Muchas personas cargadas de pose, como si fuesen egresados de una escuela de “maneras de ser”, en la cual la forma pareciera tener una calificación muy alta.

La línea 111 me dio algunos elementos al respecto, a través de una parejita “cool”, quienes tenían ganas de contar sus vidas a todos los pasajeros. Con el “o sea” como bandera, el diálogo estaba lleno de consejos y filosofía barata, extraída del manual cultural del clishé. Caras livianas, sufrimientos narcisistas y pose, mucha pose, es el universo de esta gente.

Otra hipocresía es la venta de alcohol, o al menos la comercialización de la bebida “popular”: La cerveza. “No puedo vender alcohol”, sostuvo un comerciante ante mi pedido (casi ruego) de una Quilmes. Debería haberle preguntado al chico que concepto tenía de la palabra alcohol, ya que segundos antes vendió un Gancia al módico precio de $25.

Donde sí permiten ofrecer una rica bebida a un joven del conurbano es un resto-bar. Pero también existen restricciones. Sería oportuno investigar qué cualidad (superior) puede tener una cerveza de litro tomada en un barrio que está sobre una vereda similar a cualquier otra para justificar la siguiente respuesta: “La cerveza de litro está $25”. No pregunté sobre esa cualidad superior. Debí haberlo hecho. Quizás me convertiría en un “chico bien” y dejaría atrás la barbarie que origina tomar una cerveza en Provincia (o inclusive en la zona sur de Capital Federal) a un valor de entre $10-18.

Mientras escribía este relato, que no pretende ser el tipo de discriminación llevada a cabo por el piquetero Luis D´Elía, tuve un mínimo contacto con una persona que había visto minutos antes. Un hombre que llevaba consigo una cajita de Termidor me preguntó si iba a comer los palitos salados que yo ya los había abandonado. Con ternura y añoranza se los entregué. Por un instante, me sentí, estúpidamente, como cualquier argentino que ve un símbolo nacional en el extranjero. “Este tipo hace patria”, pensé antes de seguir con la recorrida cinéfila.

Aclaración: En Callao y Santa Fe hay un barcito. La cerveza a $16. Fue un hallazgo. Por primera vez, experimenté la sensación de tomar en esos asientos largos, pegados al bar-man. Me faltaba tener un estado de ebriedad importante y alguna historia melancólica para completarla. Desafortunadamente, tuve que tomar la cerveza con rapidez. Afortunadamente, no tenía ninguna historia triste para contar. Todo lo contrario. :)

No hay comentarios.: